Pensando en las últimas entradas parece que estamos aprendiendo algo que nuestros antepasados ya sabían bien: comunicamos más efectivamente a través de historias y cuentos. Los judíos de antaño entendían el sufrimiento por la historia de Job. Los griegos entendían las cosas inesperadas de la vida a través de las historias de la Fortuna. En amazonas un pueblo comunicaba la esencia del equilibrio ecológico a través de una cosmovisión transmitida por mitos según el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff. En fin, siempre nos hemos transmitido lo que entendemos como verdad por cuentos, parábolas, fábulas, historias y, más recientemente, dramas y novelas.
Pero decir que podemos comunicar más efectivamente a través de historias no nos asegura que podamos comunicar solamente “verdades” de esa manera. Queda claro que podemos comunicar mentiras igualmente. Entonces el reto es no solamente comunicar, sino comunicar lo que es real o verdad. Para esto hace falta un método de conocer el mundo. La cultura occidental pasó por una época en que buscaba conocimientos a través del método escolástico, un método que tenía el defecto de venerar inapropiadamente a los antiguos, dando por hecho que tenían razón en sus conclusiones sobre el mundo. Con el desarrollo del método científico adquirimos una manera más critica y dinámica de conocer al mundo, y una manera de hacerlo que admite la revisión de nuestros conocimientos.
El hecho que tengamos un método no significa que lo usemos para entender mejor el mundo. Realmente no lo hemos hecho y el video de la charla de Simran Sethi al que nos referimos en la entrada anterior nos sugiere que tiene que ver con la evolución del cerebro y los reflejos que desarrollamos para sobrevivir. La obra del psicólogo Daniel Kahnemann nos ofrece una base para entender por qué no empleamos el método siempre. Kahnemann mantiene que la evolución del cerebro nos ha dejado con dos mentes, dos maneras de comprender el mundo: una que es intuitiva y otra analítica y crítica. De las dos, la primera nos cuesta menos y responde mucho más rápida, pero puede equivocarse.
Claro es que la comunicación humana se basa en nuestras necesidades, nuestros valores, nuestras experiencias, nuestros mitos y la habilidad de crear una sensación apremiante en lo comunicado. Hacerlo es a veces un acertijo que desafía a todas nuestras facultades y toda nuestra paciencia, pero aun haciéndolo, se queda corto si no hemos sometido lo comunicado a un examen de nuestra mente lenta y crítica. Solamente de esa manera podemos evitar reforzar ideas preconcebidas.
Al final, hemos completado el círculo, partiendo de los cuentos hemos pasado por el pensamiento crítico y lento para llegar de nuevo a los cuentos, pero cuentos formados e informados por nuestra facultad de reflexionar. De esta manera, quizás, podemos comunicar la verdad de verdad.
Crítica de Pensar rápido, pensar lento de Kahnemann: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/07/25/actualidad/1343215929_182056.html