Del feminismo y nuestras mochilas

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Esta entrada de una escritora de Madrid —https://lapacienciamarchita.art.blog/2022/11/19/eres-feminista-solo-que-aun-no-te-has-enterado/— tiene el valor de hacer frente al concepto retorcido del patriarcado y la derecha política de que el feminismo es algo radical que va en contra de los hombres, por desgracia una noción bastante extendida. A pesar de los méritos de la entrada, discrepo de la idea de que es posible ser feminista «inconsciente».

Un dilema tanto lingüístico como real

En la entrada dice que una persona que se declara no feminista en realidad lo es si está a favor de la igualdad entre el hombre y la mujer. Para mí esta persona no es nada. Al nivel lingüístico, no es nada por decir ser y no ser algo (feminista) al mismo tiempo. Al nivel «real», no es nada por poner al descubierto el concepto subyacente —y erroneo— del feminismo como anti-hombre que procede del machismo y el patriarcado.

En parte la contradicción en la declaración demuestra una falta en nuestro lenguaje. Hoy en día podemos hablar de racismo, no racismo y antirracismo, pero de momento «feminismo» tiene que incluir tanto el no machismo como el antimachismo, algo que queda bastante claro incluso en la entrada de que hablamos. La distinción entre «no» y «anti-» nos lleva al nivel «real» y al problema de la mochila.

Nuestras mochilas

Un amigo me comentó hace poco que por haber sido educado en una familia católica, lleva el catolicismo como una mochila. Es una metáfora bastante buena para expresar lo que adquirimos de nuestra cultura y educación particular. Aunque mi amigo quiso decir que es difícil o imposible dejar todo lo que implica la mochila del catolicismo, me preocupa que la imagen de la mochila —algo que podemos quitar fácilmente— sugiere lo opuesto. Por eso, prefiero una frase más fuerte y directa.

Hace años, en una entrevista para un programa emitido por la tele estadounidense, un cura dijo, «Somos todos racistas por haber crecido en una sociedad racista». Esta frase nos recuerda que no podemos escapar nuestra cultura, que por defecto llevamos algo del racismo (en su caso) o del machismo (en el nuestro) dentro. Nos choca esta afirmación que subraya la imposibilidad de «quitar» nuestras mochilas. La frase y la verdad a la que da voz nos llaman a la reflexión, la humildad y la acción (por pequeña que sea la última en nuestro día a día).

Decir que llevamos la mochila del machismo o que somos machistas reconoce la huella que el patriarcado y la hegemonía del machismo nos deja. Imagínatelo como un residuo tóxico que contamina nuestra manera de ver el mundo. Es decir que es inconsciente. El feminismo, al contrario, es una elección consciente que implica sensibilizarse al machismo y sus residuos y luchar para la igualdad.

Para ilustrar el problema de la mochila, me acuerdo de un ejemplo del racismo en EEUU. Un día una antropóloga blanca que vivía en un barrio donde la mayoría de la gente era negra recibió una llamada del colegio de su hija. La hija había usado un epíteto racista en una discusión en el recreo. Camino a casa después de buscar la niña, la madre le preguntó de donde venía la idea de discutir con palabras racistas, que ella no fue racista ni había educado a la hija de esa manera. Su hija le respondió que no, pero observó que hablaba con los vecinos negros en la calle o sobre las vallas entre los jardines, pero invitó a los amigos blancos a tomar algo en casa. La antropóloga no era racista en el sentido de pensarse superior o discriminar conscientemente contra personas diferentes, pero tampoco ofrecía el mismo trato a todos. Todavía llevaba la mochila del racismo de su sociedad.

De la contradicción a la paradoja

En resumen, es imposible ser feminista si lo niegas. Es una contradicción. Sin embargo, ser machista y feminista al mismo tiempo no solamente es posible, sino inevitable, y es una paradoja. Ambos la contradicción y la paradoja tienen que ver con las distintas origines —el consciente y el inconsciente—de nuestros pensamientos y comportamientos. Y hay una paradoja más. Si no existiera el patriarcado ni el machismo consciente, sería imposible ser feminista porque la igualdad de género sería una condición universal.

Pero…

«¡El machismo no es inevitable! ¡Soy feminista y no soy machista!».

Si me vas a decir esto, te voy a preguntar, ¿y como lo sabes? ¿Estás consciente de todo lo que has heredado e interiorizado de tu cultura, tu familia, tus amigos —y lo has examinado bien? De verdad ¿has quitado la mochila por completo? En teoría es posible. Sin embargo, lo dudo en la práctica, y añadiría algo más, algo que me da igual si es contradictorio o paradójico u otra cosa: quizás la mejor forma de pensarte, declararte y ser feminista empieza con la las palabras «Soy machista…».

El poder de las imágenes —y de una sola mujer

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Esta entrada debería sibtítularse: «reflexiones de un amateur». Sin los conocimientos ni la perspectiva de Roland Bartes, de cuyo libro La cámara lúcida he olvidado casi todo a través de las décadas, llevo tiempo pensando en el poder de las imágenes y en cómo perduran en nuestras mentes.

Estas cavilaciones empezaron con el ataque lanzado por Vladimir Putin a Ucrania. La guerra me ha llevado una tristeza no solamente por los motivos obvios —las muertes, los destrozos, los impactos medioambientales y económicos— sino también por hacer a la gente rusa parecer «otra», apartándola de «nosotros». Es una sensación aun más profunda por haber encontrado en YouTube bastantes películas hechas para la televisión rusa (la mayoría dobladas, supongo, para el mercado latinoamericano). Hay algunas buenas, otras digamos no tan buenas, pero se pueden encontrar en todas las mismas emociones humanas que compartimos como seres humanos.

Por estar en el colegio en los años 60 en EEUU, una de las primeras imágenes que recuerdo era de una foto en blanco y negro de un grupo de mujeres rusas con babuskas (pañoletas) y abrigos de tela mirando a la cámara. No recuerdo la leyenda ni nada más, pero siempre he pensado que la foto fue publicada para hacernos sentir afortunados por no haber nacido en la Unión Soviética. Creo que esas imágenes nos hicieron ciegos a la transformación de la Rusia de los siervos a la URSS industrializada (por lo menos en parte) que ha dejado que una Secretaria de Estado estadounidense y experta sobre Rusia pudiera despreciar al país petrolero diciendo que era un simple «gasolinera».

Por desgracia otras imágenes que recuerdo de mi juventud incluyen las publicadas en la revista Life de los soldados mutilados en la guerra en Vietnam. De formato grande y colores vívidos, me parecen que fueron más impactantes que las imágenes en la tele donde muchas veces solamente veíamos los bombarderos B-52 despegándose al fondo, la destrucción que iban a llevar a cabo lejos de las cámaras.

A pesar de imágenes tan horribles con las que nos quedan, hay muchas positivas y hace algunos días llegó a mi correo electrónico el extracto de un libro único de fotos en las que aparece una sola mujer entre las personas1. La autora, Immy Humes, es una cineasta de Nueva York que hace documentales centrándose en la gente «no convencional». Lleva años coleccionando fotos de todo el mundo en las que aparece una sola mujer, y el libro muestra 100 de ellas tomadas entre 1862 y 20202, de las que quiero comentar dos.

La primera es de la junta directiva de la Associated Press, tomado en 1975. Entre un grupo masculino alrededor de una mesa de tamaño más que arturiano, destaca la presencia de Katharine Graham, editora del periódico Washigton Post vestida de verde entre un mar de trajes grises. Se merece estar en primer plano y destacar tanto por su valor en publicar los «Papeles del Pentágono» y apoyar las investigaciones del escándalo Watergade. En la imagen no es solamente una sola mujer, sino la persona más valiente de la foto.

Sin embargo, la foto que me parece la más impactante es la de Gloria Richardson, tomada en un día de las protestas por los derechos civiles de 1963 en Cambridge, MD, EEUU. La vemos en un momento en que un miembro de la Guardia Nacional había avanzado para amenazar a los manifestantes con su rifle y bayoneta. Richardson, recta y con cara de determinación, aparta el rifle con la mano sin mirar, aunque hay otra toma en que mira fríamente al soldado. Es una imagen de la fuerza de la mujer que nos recuerda que es algo que puede cambiar el mundo, sino algo que lo hace.

Un tiempo más tarde, Richardson se reunió con el Fiscal General Bobby Kennedy quien le preguntó si sabía sonreír. Ella respondió que estaban reunidos para hablar de derechos civiles y que no había nada por lo que sonreír. Gloria Richardson murió el año pasado con 99 años. Hay en internet una entrevista con ella, seis años antes, donde se puede apreciar la misma fuerza vital y luchadora3. Seguramente, en aquel entonces había sobrevivido muchos años más que los racistas contra quienes luchó.

No está en el artículo citado, pero en 2016, más de medio siglo después de la foto de Gloria Richardson, otra imagen de una mujer sola se hizo icónica. Es de Ieshia Evans, una enfermera de Filadelfia que había viajado casi 1.800 km a Baton Rouge para unirse a las protestas a raíz de los asesinatos de hombres negros por la policía. Allí ella se enfrentó a dos policías antidisturbios que parecen más robots del estado que personas4. Evans tenía solamente 27 años en ese momento y ella y los policías no dijeron ni una palabra. Como comentó en una entrevista, estaba allí para que su mera presencia dijera, «Importamos todos. No tenemos que suplicar para importar»5 . Lo malo de la foto es que demuestra lo poco que hemos avanzado en medio sigo, pero lo bueno es que reafirma el poder de una sola mujer.

Por último, espero que te tomes el tiempo de reflexionar sobre las imágenes que te hayan impactado, pero, sobre todo, espero que pienses en la fuerza una sola mujer cada vez que la veas.

1 Immy Hume. https://www.smithsonianmag.com/history/these-trailblazers-were-the-only-women-in-the-room-where-it-happened-180980468/

2 Disponible a medianos de septiembre en español: Immy Hume. Una sola mujer. Phaidon Press Limited. ISBN 978-1-83866-438-1

3 Gloria Richardson and the Cambridge Civil Rights Movement: https://www.bbc.co.uk/programmes/p02v04rs (en inglés sin subtítulos)

4 «Taking a stand in Baton Rouge»: https://live.staticflickr.com/4619/40413

5 Woman in iconic Baton Rouge photo: «We do matter»: https://www.cbsnews.com/news/iesha-evans-iconic-baton-rouge-police-protest-photo-black-lives-matter-alton-sterling/ (en inglés sin subtítulos)

La humildad ecológica y la biomímesis cultural

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Esta es la última entrada centrada en el artículo de Leah Penniman sobre la humildad ecológica, prácticas agrícolas y maneras de pensar que rechazan la idea de la supremacía humana. Hemos visto cómo, a través del ritual, podemos expresar nuestro respeto y nuestra conexión a la madre tierra, además de reconocer lo que nos regala. A través de las prácticas tradicionales como la producción y el uso comprometido del compost establecemos una relación recíproca con la Naturaleza, alimentando y enriqueciendo nuestras tierras.

El tercer pilar de la humildad ecológica de Penniman es la biomímesis cultural, y es la parte más abstracta y menos ligada a la agricultura, a pesar de los ejemplos en el artículo. Por parecer la base menos desarrollada y la menos concreta puede que sea al mismo tiempo la más importante y la más peligrosa y por eso hay que profundizar en ello.

En su artículo Penniman mezcla tres ideas distintas. Citando a adrienne maree brown dice, «Brown nos recuerda que, como el patrón fractal de un helecho, lo pequeño refleja lo grande. Es decir, nuestras prácticas internas e íntimas se reflejan en las formas en que la sociedad funciona bien o mal». Inmediatamente después propone la red subterránea de micelio que alimenta los árboles del bosque como modelo cultural.

En realidad, la idea de Brown, por lo menos como la presenta Penniman, mezcla dos conceptos. Primero, los patrones fractales que podemos observar en las formas de las deltas de los ríos o las ramas de los árboles son una regularidad matemática presente en todo la Naturaleza, y no unas reflexiones. Segundo, el concepto de lo pequeño reflejando lo grande se llama la analogía microcosmos-macrocosmos y es casi tan antigua como la humanidad. Postula que hay una similitud estructural entre las cosas pequeñas y las grandes y que la similitud es tal que las verdades del cosmos y de la naturaleza humana se pueden inferir el uno del otro. Deberíamos notar aquí que esta analogía conducía a algunos pensadores a atribuir un alma al mundo, algo parecido al concepto Gaia.

Sin embargo, la analogía nos trae un problema y una pregunta, y con ellos el peligro de un concepto sin desarrollar. En el pensamiento occidental hemos visto una analogía entre el sol en el cosmos, el rey en su reino y el corazón en el cuerpo. Con este ejemplo vemos que la analogía nos permite «explicar» las cosas que nos rodean metafóricamente, pero no es una técnica analítica. Entonces, ¿es realmente un ejemplo de la biomímesis? Si no, ¿qué es la biomímesis?

En las palabras de Janine Benyus, una pionera en el campo, la biomímesis es una ciencia «que estudia los modelos de la Naturaleza y luego imita o se inspira en estos diseños y procesos para resolver problemas humanos». Esta ciencia toma la Naturaleza como «modelo, medida y mentor» con el fin de «replicar sus formas, procesos y ecosistemas para crear diseños más regenerativos». Las formas, los procesos y los ecosistemas representa niveles distintos en la biomímesis, con la reproducción a nivel del ecosistema la más sofisticada e importante porque un diseño biomimética debería formar parte de una «economía que funciona para restaurar en vez de mermar la Tierra y su gente».

Hasta aquí bien, pero nos falta todavía entender qué es la biomímesis cultural, algo que Penniman no define, sino que ilustra con los ejemplos de organizaciones de las cuales forma parte. Además, si buscamos “biomímesis cultural” en internet, encontramos perspectivas culturales sobre la biomímesis, pero no encontramos nada sobre el concepto de biomímesis cultural. Entonces, ¿qué puede significar?

Sabiendo que la cultura refiere al conjunto de manifestaciones de la vida social de las gentes, es de suponer que un concepto llamado «biomímesis cultural» implica una práctica a nivel del (eco)sistema. Dicho de otra manera, la biomímesis cultural debe centrarse en y usar modelos de ecosistemas con el objetivo de mejorar nuestras organizaciones y prácticas socio-culturales. Una biomímesis cultural no debe aislar las formas y los procesos de sus sistemas.

Banyus ha hecho dos observaciones sobre la biomímesis que me parecen aun más importantes

en el contexto de las culturas humanas. Primero, respecto a los sistemas ha dicho en una «charla TED» que «…la vida no trata realmente de cosas; no hay cosas en el mundo natural divorciadas de sus sistemas.» En el caso de los sistemas socio-culturales tiene que ser una verdad <<doble>> porque hablamos de sistemas no biológicos metidos dentro de los ecosistemas biológicos de la Tierra. Segundo, Banyus insiste en que el ethos de la biomímesis no consiste solamente en entender cómo funciona la vida, sino también en crear las condiciones que la fomenta. En el caso de la biomímesis cultural parece implicar fomentar no solamente la vida sociocultural, ni solamente la vida humana, sino toda la vida de la Tierra.

No sé si hemos alcanzado algo que podemos llamar la biomímesis cultural o si es posible alcanzarla completamente, pero al escribir estas líneas pienso en dos ejemplos: la cultura de los tucanos descrita por Gerardo Reichel-Dolmatoff de que hemos hablado, y el análisis del sistema campesino de Jaime Izquierdo. No son ejemplos perfectos. Por ejemplo, Izquierdo se centra en analizar la integración de una cultura humana con su ecosistema. En su obra no vemos procesos socioculturales que miman los de la Naturaleza, sino más bien simplemente los que permiten al pueblo llevar una vida que apoya y fomenta la vida del ecosistema.

Me temo que de momento la biomímesis cultural sea más un objeto al que deberíamos aspirar que algo que hemos alcanzado. Tenemos modelos parciales en las buenas etnografías o en algunos análisis de sistemas humanos. Sin embargo, aunque la biomímesis cultural sea una meta imposible de lograr, puede que llegue a ser la mejor expresión de la humildad ecológica.

Referencias:

Banyus, Janine. https://biomimicry.net/b38files/A_Biomimicry_Primer_Janine_Benyus.pdf 2011.

Banyus, Janine. biomímesis: Como la ciencia innova inspirándose en la Naturaleza. Barcelona: Tusquets, 2012 (1997).

Banyus, Janine. https://www.ted.com/talks/janine_benyus_biomimicry_s_surprising_lessons_from_nature_s_engineers (Disponible con subtítulos y transcrito en español) 2005.

Izquierdo Vallina, Jaime. La casa de mi padre. Oviedo; KRK. 2012.

Reichel-Dolmatoff, Gerardo. Amazonian Cosmos: The Sexual and Religious Symbolism of the Tukano Indians. Chicago: University of Chicago Press. 1970.

La humildad ecológica y la sabiduría de nuestros antepasados

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Volviendo al tema del artículo de Leah Penniman, el segundo camino que puede conectarnos con la Tierra es el de la ética, la sabiduría y las prácticas de nuestros antepasados. Penniman habla concretamente de la ética de cuidar las tierras, de proteger y aumentar su fertilidad.

Para alimentar sus tierras, las mujeres de Ghana y Liberia llevan más de 700 años echando a ellas una mezcla de las cenizas de sus fuegos, huesos de la comida y subproductos de la elaboración de los jabones. Como resultado del continuo uso de este potente compost, han creado lo que se llama «tierra negra» que lleva 200-300 por ciento más de carbono orgánico que otros suelos y puede soportar una agricultura más intensiva. Es todo un ejemplo en un mundo de calentamiento global y prácticas agrícolas que dañan el suelo y dependen de químicos derivados del petróleo, algunos cancerígenos.

Sin embargo la tierra negra no viene solamente de una tradición africana. Se han encontrado estas tierras en las Américas, concretamente en Amazonas. Al principio se creía que fueron creadas por procesos naturales, pero investigaciones más recientes indican un origen humano, o digamos, que nuestros agricultores ancestrales aprendían como vivir con la Naturaleza y compensarla por el uso de sus recursos. Nada de ésto debería sorprendernos, sino hacernos pensar en lo que hemos perdido.

Sé que si has llegado a este punto, te estás diciendo «Pero ya sabemos lo del compost y lo bueno que es para la tierra». Es verdad, pero lo practicamos en la huerta o en la permacultura, o digamos a pequeña escala o fuera de las prácticas habituales que denominamos simplemente «agricultura». Entonces tenemos que preguntarnos qué nos falta por seguir con una «agricultura» que abusa a la Tierra y agota sus recursos: ¿las prácticas no se adaptan a gran escala? ¿y si es un problema de escala como es que una práctica que sí se puede usar a gran escala —la cubierta vegetal, también llamado «abono verde»— parece extraño, raro (weird)? ¿es «solamente» que nos falta humildad? ¿o es que hemos creado un sistema económico con exigencias que deforman no solamente a la Naturaleza, sino a nuestra naturaleza también?

Supongo que es una combinación de todos los factores mencionados, pero que en el fondo es un problema de ética. A menudo limitamos nuestra ética a las relaciones humanas y nos falta pensar más en la ética en el contexto de nuestras relaciones con la Naturaleza y los antepasados. Una de las obras más importantes en la antropología ha sido el Ensayo sobre el don de Marcel Mauss, en lo que indica que el don conlleva la obligación de devolver el regalo. En las sociedades que estudió Mauss esa obligación formaba parte del espíritu del don. Aun sin pensar en espíritus podemos entenderlo porque todos nosotros sentimos esa obligación, en términos kantianos, es un imperativo categórico (natural).

Con nuestro distanciamiento de la naturaleza y de nuestros antepasados, hemos dejado de sentir nuestras obligaciones hacia ellos. Si extendemos la reciprocidad a los antepasados, vemos que una manera de devolverles algo de lo que nos han dejado es reconociendo, valuaando y ampliando su sabiduría, en vez de ignorarla pensándonos más listos. Si extendemos la reciprocidad a la Naturaleza, vemos claramente nuestro deber de cuidar a la Tierra.

Al fin y al cabo podemos decir que la humildad ecológica reside en la ética y el sentir de nuestras obligaciones «naturales».

Referencias:

Fulton, April. How Africans are saving their own soil. National Geographic, 2016 https://www.nationalgeographic.com/culture/article/africa-soil-farming-sustainable
Lombardo, U., Arroyo-Kalin, M., Schmidt, M. et al. Evidence confirms an anthropic origin of Amazonian Dark Earths. Nature Communications 13, 3444 (2022). https://doi.org/10.1038/s41467-022-31064-2
Mauss, Marcel. Ensayo sobre el don: forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas. Katz Barpal Editores, SL. 2009.
Philpott, Tom. One weird trick to fix farms forever. MotherJones, 2013. https://www.motherjones.com/environment/2013/09/cover-crops-no-till-david-brandt-farms/

La humildad ecológica y el ritual

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Leah Penniman, en el artículo del que hablamos en la última entrada, da como ejemplo de humildad el uso del sistema adivinatorio de Ifá. El sistema sigue siendo parte de la vida tradicional de los yorubas a pesar de los intentos de los colonizadores europeos de extinguir su religión y, por extensión, la práctica adivinatoria. Desde 2008 el sistema adivinatorio forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad reconocido por la ONU.

En la adivinación, un babalawo (sacerdote) usa las semillas de palma y una cadena opele para revelar unos de los 256 signos de Ifá cuya interpretación puede guiar a las personas a armonizar sus destinos con las leyes naturales. En el contexto de emprender algo que afecta a nuestro entorno natural, hay que pedir permiso a Orisas (las Fuerzas de la Naturaleza), porque la naturaleza es considerada viva y sagrada en todas sus manifestaciones como los ríos, las montañas o los bosques. Por ser divinidades veneradas, uno no puede hacer lo que le dé la gana con ellos. Hay que averiguar lo correcto y pedir permiso.

Al no formar parte de la religión Ifá, puede ser difícil ver la Tierra y todas sus partes naturales como divinidades. Sin embargo, me pregunto si creer en la divinidades importa. Me pregunto si no podemos ver esas divinidades como las cosificaciones del abstracto concepto «vida» (o, si se quiere, «espíritu»).

Hace muchos años leí el libro Amazonian Cosmos de Gerardo Reichel-Dolmatoff, en el que presentaba el simbolismo de los tucanos de Colombia. En aquel entonces recuerdo ver en el libro como las creencias y símbolos tucanos codificaban el conocimiento ecológico, el conocimiento del mundo natural, en términos de espíritus de los animales y la naturaleza y, a través de ese código, regulaban la relación del pueblo con el mundo natural. Creo que no hace falta entender las creencias de los tucanos ni las de los yorubas como unas verdades en sí, sino como un código o un lenguaje que capta unas verdades, unas relaciones o unos conocimientos.

Dicho de otra manera, en nuestra ciencia plasmamos los conocimientos sobre todo en un lenguaje matemático. Estos símbolos tienen las ventajas de ser concisos y fáciles de manejar y revisar cuando ampliamos los conocimientos. Sin embargo, el lenguaje matemático no nos transmite una sensación de la vida del mundo. Hablando de los tótems, el antropólogo Claude Lévi-Strauss observó que son buenos para pensar, no para comer. Puede que los símbolos de los tucanos y los yorubas sean buenos para pensar a nivel de interactuar con el mundo natural, que puedan añadir un elemento emocional a nuestra relación con ese mundo y así enriquecer nuestros conocimientos.

No obstante, con el sistema adivinatorio Ifá no hablamos solamente de un lenguaje sino de un ritual, un acto que expresa una relación y una solidaridad con la Tierra. El sistema adivinatorio insiste en que toda la naturaleza sea un ser vivo y que somos parte de ello. Eso me parece la parte más importante del rol de lo ritual en nuestra relación con el planeta.

Penniman emplea la adivinación ifá en su granja para pedir permiso antes de hacer un cambio en un ecosistema, por ejemplo, antes de cortar un árbol. Como dice ella, «Si esta práctica de pausar y consentir fuera universal, la naturaleza tendría la oportunidad de decir «¡Basta!» y ser atendida». Quizás lo que importa es simplemente, por un lado, que la práctica ritualizada nos hace reflexionar sobre la Tierra y, por otro lado, que nos hace sentir la vida de la Tierra, sentir que es un ser vivo que merece nuestro respeto, un ser con que el tenemos una relación íntima.

Referencias:

Penniman, Leah. The gift of ecological humility. https://www.yesmagazine.org/issue/ecological-civilization/2021/02/16/afro-indigenous-land-practices.
Reichel-Dolmatoff, Gerardo. Amazonian Cosmos: The Sexual and Religious Symbolism of the Tukano Indians. Chicago: University of Chicago Press. 1970.
Lévi-Strauss, Claude. Totemism. London. Merlin Press, Ltd. 1964.

La humildad ecológica

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«¿Es verdad que en los Estados Unidos un agricultor pondrá la semilla en la tierra sin verter ninguna libación, ofrecer ninguna oración, ni cantar ni bailar, y tendrá la expectativa que se crezca esa semilla? ¡Es por eso que estáis todos enfermos! Porque veis a la Tierra como un objeto y no un ser.»

Leah Penniman —activista, agricultora y, creo, una verdadera fuerza de la naturaleza— usa esta cita para abrir un artículo sobre lo que llama “el regalo de la humildad ecológica”, o digamos, el regalo de evitar la soberbia de creer en la supremacía del hombre sobre la Tierra. Penniman, una pionera entre los afro-americános que quieren recuperar la vocación de la agricultura, habla de tres prácticas que expresan la humildad ecológica, dos basadas en tradiciones antiguas de África y una basada en biomimesis. Sobre todo me ha llamado la atención las prácticas tradicionales por dos razones.

Primero, me recuerdan a una pregunta que oigo menos después de tantos años aquí: ¿No hay nada que echas de menos de EEUU? La verdad es que después de pensar, me di cuenta de que echar de menos algo que casi no tiene presencia en la vida allí: cómo los indígenas del «nuevo mundo» celebran, honran y se sienten conectados a la Tierra. En las comunidades tradicionales perciben Pachamama como algo real en vez de una idea fría etiquetada con las palabras muertas «Madre Tierra».

Segundo, el artículo me ha recordado que «sentir» o experimentar la Tierra como un ser vivo y sensible no pertenece solamente a las culturas de las Américas, sino de las de África, Asia, Australia, que ha formado parte del patrimonio del hombre en todas partes del mundo. En el occidente «desarrollado» hemos tardado siglos en recuperar parte de este patrimonio en la forma de la hipótesis Gaia a manos del químico James Lovelock en la segunda mitad del siglo XX.

No quiero exagerar —apenas se nota nada de las culturas indígenas en la vida cotidiana de EEUU y por eso no es posible sentir una añoranza profunda—, ni tampoco quiero caer en el antiguo romanticismo idealizado del buen salvaje. La verdad es que no me fío de las ideologías, sean el capitalismo, el cristianismo, el hinduismo u otras «creencias». Además tengo una relación complicada con los ritos que personalmente no me conmueven, pero como estudiante de antropología reconozco que son importantes en la vida humana. Creo simplemente que hay que sentir alguna clase de conexión con la Tierra o, por lo menos, sentir asombro ante élla y respeto por ella. Y si los ritos refuerzan esa conexión, bienvenidos son.

Las prácticas de las que habla Leah Penniman me parecen tres rutas hacia una relación más sana con la Tierra —y hacia una agricultura y unos alimentos más sanos— de las que hablaremos más adelante.

Mas información:

El artículo en el que se ha inspirado la entrada está aquí: https://www.yesmagazine.org/issue/ecological-civilization/2021/02/16/afro-indigenous-land-practices. Es parte de una serie de artículos en la revista sobre cómo sería una civilización ecológica que se publicó en 2019.

Hay un artículo corto sobre la hipótesis Gaia que ofrece un video con mucho más del Institut Cartogràfic i Geològic de Cataluyna aquí: https://www.universidadpopulardepermacultura.com/hipotesis-gaia/.

En busca del sendero del ajo

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En el camino hacía una polis paralela tropezamos con el tema de la economía y el dinero y la cuestión de la posibilidad de imaginarnos algo mejor. El año pasado tuve el honor de editar el tercer libro de Martín Arnal Mur en el que decía que el dinero tiene que ser como el ajo, que se siembra, se come o se pierde. Pensé en seguida en las criptomonedas que nos podrían ofrecer esa caducidad para impedir el crecimiento de la desigualdad económica. No he visto ninguna idea exactamente igual, pero, sí, hay economistas intentando reimaginar el dinero.

Una opción es eliminar el dinero, una propuesta del economista Thomas Greco. Piensa que el problema radica en el cártel que se llama la banca. Dice que 97% del dinero creado en EEUU hoy en día es producto de los préstamos con intereses hechos por los bancos privados. Dado que la mayoría de ese dinero existe solamente como entradas en los libros de cuentas de los bancos, ¿realmente hace falta el dinero? Entre negocios hay préstamos libres de intereses que resultan del período normal de 30-90 días para pagar a un proveedor. Greco propone que en vez de pagar en dinero, solamente hacen falta cámaras de compensación para reconciliar las cuentas de los participantes.

En realidad ya existe en Suiza el Banco WIR, descrito como un sistema monetario alternativo y complementario, que sirve a las PYMEs y maneja el equivalente de más de 5 billones de francos suizos al año de su más de 50.000 miembros. Fue fundado en 1934 como respuesta a la escasez de dinero producida por la Gran Depresión, y sigue sirviendo a sus miembros como una cámara de compensación. Algo similar pasó con las colectividades libertarias que se surgieron después de la sublevación militar aquí en España. En general, la colectividades rechazaban el uso del dinero para intercambios internos y externos, menos en algunos casos concretos.

¿Qué ganamos con un sistema «monetario» sin monedas? Pues además de no pagar intereses a bancos «autorizados» a prestar dinero, me parece que permite que la actividad económica se enfoque al flujo de dinero en vez de su acumulación. Quedan cuestiones de organización y como limitar las cámaras de compensación para que no lleguen a ser tan grandes que los miembros pierdan el control, pero el éxito del Banco WIR demuestra las posibilidades que tiene el concepto.

Otra opción es reconocer la esencia política de la banca para cambiarla. Para aliviar la crisis financiera de 2008, la Reserva Federal de EEUU inyectó dinero en la economía (la llamada «expansión cuantitativa» [EC]) para prevenir una posible depresión económica. Para el economista Mehrsa Baradaran el problema es que lo hizo a través de los bancos, las entidades responsables de la crisis, y no directamente a las personas, muchas de las cuales perdieron sus casas.

Aunque diría que Baradaran también demuestra que la banca es un cártel, él hace hincapié en la banca como proyecto estatal, sea para bien o para mal. Se trata, por tanto, de una actividad política y por eso es posible cambiarla y hacerla más responsiva a las necesidades de las personas físicas en vez de las «personas jurídicas». En el mes de abril de 2020 se crearon en EEUU más de 12 billones de dólares de la nada, en parte por cheques a los ciudadanos, pero sobre todo por las compras de deuda por parte de la Reserva Federal. El efecto ha sido de disparar algunos precios (ej., de las casas) y enriquecer más a la gente pudiente. Hay que avergonzarse de un proyecto estatal que incrementa la desigualdad —y hay que cambiarlo.

Seguramente al anarquista Martín Arnal no le habría gustado la idea de continuar con un proyecto estatal, pero los argumentos de Baradaran nos hacen pensar en la realidad política de la economía en una época en que el mundo habla de tecnócratas como si la economía, la administración y la sociedad fueran o pudieran ser apolíticas. Si lo escondemos detrás de esa cortina de humo, nunca llegaremos a mejorar nada en la sociedad.

Para Martín Arnal el problema del dinero era el problema de su acumulación, que siempre se quedaba en «los mismos bolsillos». En la época de su juventud se forjaron unas respuestas, una que sigue en pie en Suiza. La noticia buena es que hoy en día hay economistas y otras personas que reconocen los problemas y buscan soluciones. Pensando en Martín, diría que buscan el sendero del ajo.

Para más información

Esta entrada se basa en: «Rethinking money as a force for equity», Yes! Magazine, 10/08/2021.
Greco, Thomas H. El fin del dinero y el futuro de la civilización. Kraicorn, 2019.
Arnal Mur, Martín. Sin romper el hilo de Nuestra historia. Editorial Zoila Ascasíbar, 2021.

Sendero hacia la polis paralela

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En agosto de 1978, ocho personas de Polonia y Checoslovaquia llegaron a la frontera entre los dos países a través del Sendero de la Amistad de los Pueblos para reunirse. El más conocido de ellos fue el futuro presidente de la República Checa, Vaclav Havel. Todos carecían de pasaportes para viajar por sus ideas y actividades en contra de los gobiernos de esos países —Havel apoyó la Primavera de Praga una década antes—, pero descubrieron que podían juntarse en la frontera. Fue la primera de unas reuniones que siempre terminaron en una declaración que, resumida en las palabras de Havel, decía, «Estamos unidos y queremos la democracia».

Detrás de esas reuniones hubo una idea y unas nuevas actividades de organización. La idea tomó su nombre de un artículo de 1977 escrito por Vaclav Benda, «La polis paralela». Esta polis consistía en la construcción de estructuras paralelas capaces de complementar las funciones necesarias y beneficiosas que faltaban bajo los regímenes existentes.

En Polonia, después de las protestas de 1976, unos intelectuales habían formado el Comité de Defensa de los Obreros, y trabajaban en crear una red de editoriales y unas universidades clandestinas. Cuando llegó la próxima ola de huelgas y protestas a Polonia en 1980, las redes e ideas hechas por el comité no fueron reprimidas tan fácilmente por el gobierno. Además, se llegó a formar el sindicato Solidaridad que produjo un documento con propuestas que iban mucho más allá de los derechos de los trabajadores —y el Comité de Defensa de los Obreros se disolvió para integrarse en Solidaridad.

Aunque después de 1980 mucha de la sociedad paralela creada por el comité y Solidaridad tenía que seguir en la clandestinidad, cuando el control de la Unión Soviética se debilitó en 1988, el régimen de Polonia negoció con Solidaridad. El año siguiente, Solidaridad triunfó en las elecciones y la antigua sociedad colapsó, pero la nueva, la polis paralela, ya existía. En ese mismo año un grupo de Polonia tomó el Sendero de la Amistad de los Pueblos de nuevo, esta vez cruzando la frontera para visitar a Vaclav Havel. Le dijo que iba a ser presidente de su país antes del fin del año y aunque Havel no lo creyó, la predicción se hizo realidad.

Oír esta historia me recordó de la Revolución Social Española de 1936 cuando, después de la sublevación militar contra la Segunda República, se formaron las colectividades libertarias más allá del control del gobierno. Las colectividades fueron el fruto de las ideas anarquistas diseminadas por los periódicos y el teatro de la CNT-FAI y otras organizaciones que facilitaron la tarea de crear esas colectividades autogestionadas.

Ahora pienso en la polis paralela en momentos de desánimo frente a las sombrías noticias actuales. Construir sociedades más justas no tiene que esperar a un cambio de régimen, sino que puede y debería ocurrir antes para que estén listas. Esta actividad de construir nos reta a aclarar nuestras visiones de un mundo mejor al mismo tiempo que puede darnos esperanza.

A pesar de todo lo positivo que se puede ver en la idea de crear una nueva sociedad paralela, la historia, a través de la suerte de las colectividades libertarias y la aparición de una «democracia iliberal» en Polonia, nos advierte que no se puede dejar de luchar para tener un mundo mejor. Es otro reto en que pensar al tomar el sendero hacia la polis paralela.

Más información:

La historia de la polis paralela viene de un video de Masha Gessen de octubre de 2021 (en inglés): https://www.youtube.com/watch?v=lRlA8Xei5is. Hay poca información en internet sobre la idea de la polis paralela en español, y algunos se han apropiado del término para otros conceptos y otros fines.

Martín Arnal Mur ha hablado y escrito sobre la colectividad libertaria de su Angüés natal (por ejemplo en sus libros Memorias de un anarquista de Angüés, Sin romper el hilo de nuestra historia), pero la información más completa aparece en: Gastón Laval, Colectividades libertarias en España.

Filantropía y carácter

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Dijo Martin Luther King Jr., «La filantropía es una cosa encomiable, pero no ha de llevar al filántropo a ignorar las circunstancias de injusticia económica que hacen necesaria la filantropía», una frase que va al grano de un problema grave que enfrontamos hoy más que nunca. Por estar de acuerdo con la frase me ha sorprendido que un artículo sobre donativos me ha despertado el interés. Lo ha hecho por ver en ello una relación con una antigua entrada de este blog y el trabajo de Erving Goffman.

Goffman usaba una metáfora teatral en sus estudios sociológicos que nos recuerda a la famosa cita de Shakespeare, «Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores». De hecho el libro más conocido de Goffman es «La presentación de la persona en la vida cotidiana». «La persona» en el título es una traducción del inglés «the self», normalmente traducido como «el yo», una traducción que obviamente destaca más el lado interior —metafóricamente el lado entre bambalinas— y por eso me parece más apropiada. Goffman reconocía que había una vida entre bambalinas, pero se centró en el escenario. Para él la vida social era una serie constante de «interpretaciones» ante los públicos que encontramos, interpretaciones en que intentamos crear unas impresiones convincentes de que cumplimos con las reglas y expectativas de la sociedad.

Susan Cain, en su libro sobre los introvertidos (el tema de una de las primeras entradas de este blog), observó que nuestro mundo hoy en día valora más la personalidad, donde importan el carisma y el magnetismo, o, en términos teatrales, la calidad de nuestras interpretaciones. En cambio para algo que ella llamó carácter, importan «las buenas acciones hechas sin que nadie les vea». O sea, carácter refiere a quienes somos entre bambalinas, sin la necesidad de convencer a ningún público o responder a sus expectativas.

El artículo que me hizo pensar (en inglés) habla de los donativos hechos de forma anónima y en los que el nombre del donante es público. En el segundo caso, si recibimos reconocimiento de la ayuda que prestamos, sea tener nuestro nombre en una lista de contribuyentes o grabado en la fachada de un edificio o sea aparecer en un acto benéfico, puede que mejore nuestra reputación y que esto haya sido un motivo, consciente o inconsciente, de nuestro gesto benéfico. En este sentido el artículo dice que el cordobés Maimóndes proponía ocho niveles de virtud y que la ayuda anónima correspondía al segundo más alto. A modo de confirmación, los resultados de un estudio en 2015 indican que las personas con una «identidad de alta moral» sienten más felicidad cuando hacen donativos anónimos. Parece que eliminar el reconocimiento público y la posible mejoría de la reputación evita que tengamos dudas sobre posibles motivos interesados. Que solamente las personas que piensan en lo «moral» sienten más felicidad parece respaldar la interpretación.

Sin embargo, si pensamos en la obra de Goffman y el carácter, puede que haya otro factor. No tener público no solamente elimina las dudas que podemos tener sobre nuestros motivos verdaderos, sino que nos permite reconocer una expresión positiva y «pura» de quienes somos (o por lo menos de quienes pensamos que somos). Puede ser que, a pesar de vivir en un mundo cada vez más «social», más publico y más distorsionado por «likes» y «followers», añoremos ser quienes somos cuando estamos solos. Seamos los extrovertidos que encajan bien en el mundo actual o los introvertidos alabados por Susan Cain, creo que a todos sigue importándonos nuestra vida fuera del escenario —una «noticia» bastante alentadora.

Reecontrando un camino casi olvidado

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¿Recordamos que nos pasó hace seis años? Y si lo hacemos, ¿lo recordamos tal y como pasó, o lo interpretamos desde otro punto de vista? Solamente podemos preguntarnos, ¿podemos aprender del pasado personal a pesar de todo?

Este blog no ha tenido «noticias alentadoras» durante seis años y contaros el «porqué» en este momento sería una interpretación que constituiría no solamente un engaño, sino un autoengaño. Supongo que simplemente flaqueé. Seguro es que el mundo y mi percepción del mismo ensombreció con las noticias desalentadoras: la destrucción de nuestro mundo por el calentamiento climático que empeora cada día por la inacción política, la llegada de un embustero a la Casa Blanca en EEUU, las acciones de las democracias iliberales en Polonia y Hungría (por citar solamente dos ejemplos), la tontería de un país saliendo de la UE en un mundo cada vez más interdependiente —sin mencionar la pandemia inesperada que domina las noticias, las conversaciones y nuestra vida cotidiana.

A pesar de todas las noticias descorazonadoras, salieron también otras noticias, otros descubrimientos, algunos apuntados al principio de estos años como entradas futuras que no llegaron a escribirse. De vez en cuando pensé en quitar el blog y quizás no lo hice por haber sido ideado por Elva.

Retomando el camino… de otra manera

A pesar de ser más concepto de Elva, escribí la mayoría de las entradas del blog. Fue el ejercicio perfecto para mí: como muchas personas, me cuesta escribir, pero soy mucho más de escribir que de charlar, y Elva estaba a mi lado para corregir mis fallos. Además leía bastantes cosas para usar en las clases de inglés, por lo que podía compaginar ser «bloguero» con el trabajo, trayendo noticias que tenían pocas probabilidades de llegar a nuestro país.

Ahora es casi el momento más raro de todos para empezar de nuevo con el blog porque, hace más de un año, falleció Elva de un cáncer. Además, después de años aprendiendo de mis alumnos, he dejado las clases (y las lecturas asociadas con ellas), para seguir con las traducciones y tomar las riendas de la Editorial Zoila Ascasíbar, fundada por Elva. Con tantos cambios y tantas tareas nuevas (muchas pendientes/inacabadas todavía), es el momento menos indicado para reanudar esta actividad. Sin embargo, a pesar de todo, siento la necesidad de tener una salida para escribir de las cosas buenas que encuentro y las reflexiones que me provocan. No tengo claro que serán todas cosas «alentadoras», pero por lo menos, sí, serán positivas —las negativas las dejaré de lado.

Una promesa y una petición

Espero llegar a publicar un par de entradas al mes. Si no llego a escribir un mínimo de 15 entradas este año, cerraré el blog definitivamente.

Lo que pido a cambio es que además de leer y (cuando queráis) enviar comentarios, que me ayudéis en tenerlas bien escribiéndome sobre los fallos, es decir, que seáis mis correctores y que hagamos algo bueno de este blog. Para no agobiar a los lectores, no publicaré comentarios que sean solamente correcciones, pero, sí, corregiré los fallos.

Pronto tendréis una entrada nueva.